En el complot de los minutos,
bastó un segundo para vernos.
Un segundo para desflorar nuestro rostro
con soez franqueza.
Bastó aspirar el aire que el respiraba,
para yo intoxicarme de su irreverencia que imperaba
al vaciar mis miedos.
Sin mayúsculas o gramática,
ultrajamos la sinceridad,
desnudos de nuestros
"ayeres",
con la plena certeza que sólo teníamos,
en común la soledad.
Yo tome mi taza de café
-Apenas le absorbí-
Cuando el,
simplemente
bebió de mi boca,
la última gota de mis labios.
Abigahil Ángeles Silva ®.
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